La familia del diabético juega un papel fundamental para conseguir la victoria contra la diabetes. Es importante no aislar al diabético sino darle apoyo emocional y motivarlo a hablar del tema, de sus temores y sus interrogantes. La familia debe orientarse a la búsqueda de información relativa a la enfermedad y su tratamiento apropiado.
Debe solicitar asesoría médica para la prevención de las complicaciones y también de la forma de prevenir la diabetes en otros miembros. Debe convertirse en un “organismo informado” de manera que pueda rechazar los eternos “brujos y curanderos” que buscan embaucar inocentes.
Es necesario que las personas entiendan que cuando aparece un diabético, la familia entera debe cambiar y mejorar su estilo de vida.
No es adecuado que, mientras al paciente se le manda a ejercitarse y modificar su dieta, el resto de la familia siga frente a él, cayendo en el sedentarismo y excesos dietéticos.
Esto es más importante en el caso de los niños diabéticos, que como todos los niños tienen la tendencia a copiar los actos de sus mayores y no sus discursos.
La familia debe convertirse en un grupo promotor de las actividades físicas y, si es posible, las deportivas. Tiene que aprender acerca de comer sanamente en su totalidad y no solo “poner a dieta al diabético”.
Deben vigilarse el cumplimiento del uso de los medicamentos y de la insulina, pero sin convertirse en un “odioso centinela”, sino más bien, enfatizando las conveniencias de realizar un tratamiento que preserve la salud del diabético y que exprese directamente el deseo familiar de conservarlo en buenas condiciones para el disfrute del tiempo en común con la familia.
Muchas familias descuidan estos aspectos durante años, y a veces décadas, para después terminar sacrificando muchos de sus recursos y esfuerzos lidiando con el diabético discapacitado o complicado, y entonces, extenuados, llegan a la conclusión de que hubiera sido más fácil convertirse en una familia de apoyo al diabético desde el inicio.
Debe solicitar asesoría médica para la prevención de las complicaciones y también de la forma de prevenir la diabetes en otros miembros. Debe convertirse en un “organismo informado” de manera que pueda rechazar los eternos “brujos y curanderos” que buscan embaucar inocentes.
Es necesario que las personas entiendan que cuando aparece un diabético, la familia entera debe cambiar y mejorar su estilo de vida.
No es adecuado que, mientras al paciente se le manda a ejercitarse y modificar su dieta, el resto de la familia siga frente a él, cayendo en el sedentarismo y excesos dietéticos.
Esto es más importante en el caso de los niños diabéticos, que como todos los niños tienen la tendencia a copiar los actos de sus mayores y no sus discursos.
La familia debe convertirse en un grupo promotor de las actividades físicas y, si es posible, las deportivas. Tiene que aprender acerca de comer sanamente en su totalidad y no solo “poner a dieta al diabético”.
Deben vigilarse el cumplimiento del uso de los medicamentos y de la insulina, pero sin convertirse en un “odioso centinela”, sino más bien, enfatizando las conveniencias de realizar un tratamiento que preserve la salud del diabético y que exprese directamente el deseo familiar de conservarlo en buenas condiciones para el disfrute del tiempo en común con la familia.
Muchas familias descuidan estos aspectos durante años, y a veces décadas, para después terminar sacrificando muchos de sus recursos y esfuerzos lidiando con el diabético discapacitado o complicado, y entonces, extenuados, llegan a la conclusión de que hubiera sido más fácil convertirse en una familia de apoyo al diabético desde el inicio.
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